La sed del oro: Crueldad y conquista

Hernán Cortez, obligado a enfrentar al ejército de Velazques, partía de Tenochtitlan. A pesar de que los enviados del Gobernador lo superan en número, su gran capacidad le permite el éxito luego de realizar un audaz ataque sorpresa. La victoria le asegura algunos refuerzos con los que regresaría a la capital azteca meses después…

En torno al oro

Pedro de Alvarado había sido el designado por Cortez para ser el encargado de la ciudad, pero la ausencia del conquistador terminaría convirtiéndose en un grave problema para los intereses de los españoles.   

Resulta que los evidentes excesos de los conquistadores generaron un clima de mucho malestar entre los locales, en primer lugar por el secuestro de su líder. Un grupo de sacerdotes de notoria posición comenzó a planear una supuesta rebelión. Al saberlo Alvarado ordenaría la muerte de estos, provocando la ira de los lugareños.

A la llegada de Cortés era evidente que todo estaba fuera de control, su guarnición se había visto obligada a atrincherarse en torno al oro que habían amontonado. La ciudad estaba en plena ebullición, los indígenas querían a los españoles en la piedra de los sacrificios.

La noche triste y el caos dorado

El caos solo hacía aumentar, en un intento por retomar el control, los españoles pusieron sus cartas nuevamente en Moctezuma. Esperaban que este lograra calmar la situación. El emperador lo intentó. Según los relatos de Díaz del Castillo, se subió en uno de los muros del palacio para pronunciar un nuevo discurso.

Mientras hablaba, la multitud reunida, lejos de calmarse se enardecía cada vez más, no parecían convencidos de sus palabras y la furia se apoderaba de ellos. No pasaría mucho tiempo para que la situación terminara por salirse de control. Su gente furiosa comenzó a lanzar piedras, hasta que una de ellas lo hería de gravedad. 

Acudiendo a la “amistad” forjada con Hernan Cortez, Moctezuma le pedía que favoreciera a su hijo Chimalpopoca tras su muerte. En efecto, tres días después del incidente el emperador murió a causa de su herida. Ya nada se podía hacer, quedarse no era seguro.

Por si te perdiste el primer capítulo de esta historia; aquí lo tienes:

El 30 de junio de 1520 pasaría a la historia como “La Noche Triste” en alusión a los hechos ocurridos. Con la multitud totalmente fuera de control y ante el asedio de los aztecas, los capitanes de Cortés lograron convencerlo de huir finalmente de Tenochtitlan. Sabía que estaría abandonando uno de los mayores tesoros de la Historia. 

La huida fue muy desordenada, había sido planeada para la madrugada. Entre joyas, barras de oro fundido y otros objetos el tesoro estaba valorado en 700.000 ducados descontando el quinto real. En otras palabras, estas riquezas eran más de lo que se podían llevar en medio de una retirada. 

¿Codicia u orgullo? La retirada significaba vivir, quedarse la perdición casi asegurada. Sin embargo, intentar correr con el oro, era casi igual a quedarse en la ciudad y morir. Ya sabemos de sobra como la codicia consume la vida de quienes no son capaces de controlarla. 

Huir con un cargamento tan pesado era en parte un acto codicioso y orgulloso a la vez. Las palabras de Hernán Cortés así lo demostraban:

…los soldados que quisieren sacar dello, desde aquí se lo doy, como se ha de quedar aquí perdido entre estos perros…  

El resultado sería el peor, los hombres llevaban consigo todo cuanto podían cargar, ralentizando la salida de la ciudad. Cortés dispuso además que se cargara fuera de la ciudad, al menos, el quinto perteneciente al Rey, para ello dispuso de unos 7 caballos heridos para transportar el carro dejando a cargo de la defensa al capitán Juan Velazques de Leon.

Pero lo peor estaba por llegar, mientras salían a escondidas una residente los detectó y dio voz de alarma, unos 2000 soldados aztecas cargaron contra los europeos, causando unas 600 bajas. Juan Velazques moría defendiendo el carro con el oro del Rey según cuentan algunos testigos, este se había quedado rezagado, algo que era de esperar.

Los mexicas recogerían todos los tesoros dejados atrás por los españoles en su huida, incluso revisaron los cadáveres minuciosamente para no dejar nada. 

La despiadada venganza y la búsqueda del oro

La noche triste llevó al deseo por la venganza, esta no tardaría mucho en ser concretada. Los españoles demostraron su superioridad en la batalla de Otumba. Pronto caía el imperio. Los conquistadores asediaron la ciudad y capturaron al último emperador mexica. 

A la victoria le seguiría de inmediato la obsesionada idea de reencontrar el gran tesoro que Cortés y sus hombres no pudieron llevarse. Este empeño una vez más demuestra los abusos y la crueldad que se puede manifestar en el ser humano cuando se trata de oro y joyas. 

Corría el año 1521 cuando el gran imperio de los Aztecas sucumbió, y los españoles albergaban la esperanza de que estos hubieran escondido el tesoro en algún palacio, templo o incluso en la laguna. La búsqueda resultó ser implacable, saquearon y destruyeron todo a su paso. 

El emperador Cuauhtémoc y Tlacopan fueron torturados por insistencia de Julian de Alderete, este mandó a quemar sus pies con aceite caliente para que revelasen la ubicación del tesoro. Según la confesión arrancada, el oro, las joyas y las demás piezas habían sido arrojadas al lago.

A pesar de las inmersiones que se efectuaron en el lago no se logró encontrar nada, apenas un poco de oro. El tesoro de Moctezuma, que ya era bien famoso, dio lugar a muchas más torturas que dieron otras localizaciones en el lago, pero todo el esfuerzo seguía siendo en vano, el tesoro no volvería a ser reunido. 

Al igual que ocurriría con “el dorado” el deseo de encontrar el tesoro de Moctezuma se instalaría en el imaginario de los conquistadores. Tanto es así que el propio hijo de Cortés enviaría varias expediciones con el afán de encontrarlo.

A pesar de que el tesoro no se pudo reunir, igualmente se obtuvo de los saqueos un considerable botín que fue embarcado en 1522 sobre tres carabelas para ser enviadas a España. Pero luego de zarpar, el pirata francés Fleury, con una flota de seis barcos los atacó y solo una de las tres naves pudo escapar al asedio.

Con este envío se buscaba demostrar y convencer a Carlos I la lealtad de Hernán Cortés a la corona española. 

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